LA DERROTA DE OCCIDENTE | El nuevo ensayo de Emmanuel Todd da por amortizada la experiencia occidental | Papo Kling
En La Derrota de Occidente, el último ensayo del historiador y antropólogo francés Emmanuel Todd, se plantea como idea central que la decadencia de Occidente no es un hecho posible o probable sino algo ya en marcha, en estado avanzado, inevitable e irreversible. Su argumento pivota sobre tres ideas fundamentales:
1—El fin de la religiosidad. Son varios los pensadores que han puesto en el centro de sus análisis sobre las transformaciones sociales la desaparición de la religión como sistema de ordenamiento moral y de autoridad -sobre todo del protestantismo en Estados Unidos, Alemania, y Reino Unido y del catolicismo en Francia-. Entre sus consecuencias más inmediatas, especial mención merece el progresivo desapego por los valores de la educación y el mérito, pilares fundamentales de un sistema democrático, hoy en claras vías de extinción.
Las estadísticas que van sucediéndose en el texto muestran un pronunciado descenso en los resultados educativos norteamericanos junto a una clara tendencia hacia las carreras de administración, finanzas y derecho, en detrimento de las clásicas ingenierías, industriales o científicas.
2—El dólar como síntoma. Estados Unidos ha sufrido desde los acuerdos de Breton Woods, el mal denominado «Dutch Disease», o lo que es lo mismo, los efectos perniciosos provocados por un aumento significativo en los ingresos de un país a partir de sus comodities o divisas. Estados Unidos emite los dólares que el mundo entero atesora y sus ingresos por dicha operación financiera -de coste casi cero- desincentiva cualquier otra inversión en desarrollo y producción industrial, indicadores que por cierto no hacen más que descender desde el inicio de la relocalización de la producción occidental en el sur global y periférico.
3—Occidente es solo una porción del mundo. Ya no se trata de aquella cultura que alguna vez iluminó el destino con sus ideas liberales de progreso y bienestar. Actualmente, su decadencia puede palparse más allá de sus fronteras, donde no es vista con simpatía por el resto del planeta. La globalización puesta en marcha en los años noventa -de la que Estados Unidos y Europa fueron artífices, y su posterior crisis de 2007- se ven como un efecto pernicioso de una recolonización, una extracción de plusvalía acaso más discreta pero eficaz que la del periodo 1880-1914. Una extracción esta vez financiera, a diferencia de la industrial que puso en marcha Gran Bretaña. En este escenario, la guerra entre Ucrania y Rusia tiene al segundo como claro favorito fuera de Occidente. No es que Putin sea un personaje que genere devoción en China, India o Irán, pero creer como ha creído Occidente que con las sanciones a Rusia -que ningún país fuera de Occidente secundó- se iba a debilitar a Putin, no ha sido otra cosa que el producto de un absurdo y enceguecido narcisismo de la OTAN.
Son estos tres puntos, que Todd considera irreversibles, los que se han visto exaltados -o han contribuido, en todo caso- a la actual crisis geopolítica. La tensión bélica que se vive hoy solo puede propiciar un deterioro institucional y democrático. Las enormes dosis de inseguridad e incertidumbre suelen ser los prolegómenos ideales para los procesos imperiales y autoritarios.
Habrá que estar atento y analizar si el evidente deterioro de derechos y garantías sociales que todo clima de tensiones militares impone acabará saldándose en una nueva guerra fría donde prime el instinto de supervivencia, o, por el contrario, nos dirigimos inexorablemente a un conflicto armado de escala mundial y de consecuencias imprevisibles.